El pensamiento sarmientino en la arquitectura escolar
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- 26 abr 2016
- 20 Min. de lectura
Por Gustavo A. Brandariz
Conferencia pronunciada el 27 de Mayo de 1997 en el Ciclo Americanista dirigido por Martha Salas
Temario
En la Plaza Lavalle de Buenos Aires.
El impulso educador
Historia de la educación
El analfabetismo y la acción de Horace Mann
Argentina antes de Sarmiento
Ideas de Sarmiento
Acción sarmientina
El Consejo Nacional de Educación
Los debates del '80 y la herencia sarmientina
Un legado a preservar
Utilidad de los edificios heredados
Escuelas sarmientinas para hoy
En la Plaza Lavalle de Buenos Aires
Frente a la Plaza Lavalle de la Ciudad de Buenos Aires, hay un edificio cuyo aspecto exterior parece el de un templo, y sin embargo es una escuela pública primaria. Es la Escuela Presidente Roca, de l903, la que fuera la Escuela Modelo del Consejo Nacional de Educación. Fue proyectada por el Arquitecto italiano Carlos Morra y su fachada monumental, engalanada por unas vigorosas columnas monolíticas de granito gris, está coronada por una serie de estatuas realizadas por el escultor Giovanni Arduino. Es frecuente que, al ver este edificio vecino al Teatro Colón, la gente no imagine que se trata de una Escuela, y si por caso alguien se entera de que es la sede de una Institución educativa, rápidamente piensa que se trata de un colegio secundario o de una Universidad; pero no : es una Escuela primaria. ¿Porqué semejante edificio para una Escuela?. Esta es la cuestión que muchas personas suelen plantearse hoy en día : Voy a responder a esta pregunta y estoy seguro de que no pocos se sorprenderán ante las explicaciones que daré.
El impulso educador
Para poder brindar esa respuesta, necesito remontarme en el tiempo muy para atrás. O quizás, mejor, hacer una reflexión previa acerca del fenómeno humano o la actividad humana que llamamos educación. Es evidente que el hombre tiene una gran capacidad para adquirir nuevos conocimientos, y lo logra por varios caminos: por ejemplo, a través de la reflexión, en forma abstracta, a través de mecanismos exclusivamente intelectuales, como sería del gusto de los Cartesianos; o también lo logra a través del estudio racional de las experiencias, como lo recomendarían los empiristas. Pero el hombre no sólo puede adquirir nuevos conocimientos, sino que puede conservarlos en su memoria, convertirlos en ideas generales, en conceptos, y transmitirlos a sus semejantes por diversas vías: el ejemplo, la palabra, el gesto, el dibujo, etc. Estas son las capacidades del hombre: otra cosa son sus deseos, sus impulsos. Hasta aquí, el hombre no sería otra cosa que un animal avanzado. Pero sucede que el hombre se mueve en gran medida por impulsos espirituales, crea cosas que no existían, elabora ideales, siente deseos de alcanzarlos y pone en marcha sus energías en esa dirección. Más aún, buena parte de los ideales son ideas abstractas que significan, no el bien propio, sino el bien ajeno. El hombre tiene esa rara cualidad de trazarse metas y horizontes espirituales y buscarlos con ansiedad y perseverancia. Así el hombre fue creciendo desde su piso biológico hasta el arte, la ciencia, la filantropía, el sentido del deber y la vocación de bien público. Así nació lo que hoy llamamos Educación. Es evidente que los animales enseñan a sus crías; el hombre también reproduce esas acciones, que se asocian indisolublemente a la transmisión de la vida. Pero en el caso del hombre, la educación no sólo es más compleja y abundante en informaciones, sino que adquiere perfiles distintos: no sólo busca informar, sino también formar, y no formar como un escultor modela su escultura, sino formar haciendo que el educando elabore sus propias ideas, desarrolle su vocación, cree sus propias creencias. De este modo, la educación, para el hombre, es una emanación de su capacidad espiritual, es decir, de su capacidad de hacer cosas que cree buenas aunque no le signifiquen ningún beneficio material o práctico inmediato sino tan sólo la sensación del cumplimiento del deber o la satisfacción de un anhelo de bien. En la antigüedad, el "spiritus" era un viento. Hoy sabemos que los vientos se producen por diferencias de presión atmosférica. De algún modo, los hombres y las mujeres sensibles sienten -perciben- esas diferencias de presión entre el bien faltante y el ideal. Los hombres y las mujeres sensibles perciben la ignorancia y la sienten como una depresión; por eso se pone en marcha el espíritu, ese viento que restablece el equilibrio y lleva aire fresco a donde estaba faltando.
La historia de la educación
Ese impulso espiritual puede hallarse en el fondo de los tiempos. Es una de las más claras manifestaciones de la esperanza en los hijos. Es lo que mueve a la mano que guía. Pero el hombre, con el tiempo fue aprendiendo a sistematizar la educación. Y fue aprendiendo que la educación es una siembra. La educación de hoy es la cosecha del mañana. La Grecia de Pericles fue la siembra de la época "Heroica" que le precedió. Y fueron los griegos de aquel tiempo primero los que descubrieron y dieron forma al ideal "agonal", es decir el ideal de la auto-superación. Hasta entonces la humanidad no había imaginado que fuera posible superar su condición, más allá de algunos avances aislados. Los griegos pidieron a su dios Agonio que presidiera los certámenes y bajo su tutela y su estímulo fueron exigiéndose a sí mismos cada vez más, y progresando en forma vertiginosa: descubrieron que en la raíz de todo progreso había un desafío planteado y que, por lo tanto, para progresar, había que plantearse desafíos cada vez más altos, como el atleta que sube la vara para tratar de saltar cada vez a mayor altura. De ahí nació una nueva idea de la educación: la idea de que la educación debe plantear al educando los desafíos para que aprenda a saltar a cada vez mayor altura. Los romanos unieron un inmenso territorio a través del latín, del derecho y de las rutas que aún hoy vertebran Europa, pero imaginaron una educación puesta al servicio de una causa política: la de romanizar a la población. Y así quedó planteada una discusión, que aún hoy subsiste, entre los educadores como los griegos, cuyo propósito era pedagógico e individualista y los que, como los romanos, ponen la educación al servicio de una causa colectiva, como herramienta para inculcar una idea, una doctrina o una ideología. El final de la Edad Media vió surgir las Instituciones que abrieron el camino para el Renacimiento. En las viejas y renacidas ciudades europeas, pobladas de artesanos y mercaderes emprendedores, fueron apareciendo entonces las Universidades y las Escuelas. Denis de Rougemont, en su libro "Europa como probabilidad", sugiere una lectura de Europa a partir de la forma de sus ciudades: En ellas encuentra la plaza comunal y en torno a esa plaza, las principales instituciones, entre las cuales está la Escuela. Entonces, señala Rougemont, con sólo ver esas plazas y su entorno, cualquiera que ignorara la esencia de Europa, podría descubrirla en un instante. Pero esa Escuela de las ciudades medievales no era nuestra institución sino su antepasada: en ella no se enseñaba el ideal agonal de los griegos, sino el catecismo. Sólo varios siglos después se unirían la Institución Escuela y la Pedagogía Agonal. Hacia el final del Siglo XVI, Sir Francis Bacon revalorizó la experimentación como camino para el conocimiento y al conocimiento como la herramienta que permitiría al hombre superarse. "Saber es poder", es la frase con que suele evocarse a Bacon. "Tanto podemos cuanto sabemos" decía nuestro filósofo. El pensamiento de Bacon influyó poderosamente sobre el pedagogo checo Jan Amos Comenio, quien se convirtió, con sus ideas y sus obras, en el verdadero fundador de la Escuela moderna de fines pedagógicos. Comenio concebía a la Escuela como un taller de formación de hombres. Bacon también influyó de un modo fundamental sobre el pensamiento de John Locke, quien, a su vez, ejerció un poderoso influjo sobre Hume, Condillac y Rousseau. Comenio, Condillac y Rousseau, a su vez, tuvieron una importancia decisiva en la formación del pedagogo suizo Johann Heinrinch Pestalozzi, que ha sido considerado el más grande de los educadores de la historia. Su tiempo no era ya el Barroco de Comenio, sino el de la Ilustración, el del Iluminismo. Pestalozzi transformó la Escuela imaginada por Comenio e hizo de ella la Institución que hoy conocemos: la Escuela de fines pedagógicos, de carácter público, popular y común. Público, porque su acceso no está vedado a nadie, popular porque busca la elevación de todo el pueblo, y común porque no discrimina entre pobres y ricos, porque no es sectaria, no separa las razas ni las creencias religiosas y atiende por igual a niños y niñas. Uniendo las herencias de Pestalozzi, Rousseau, Locke, Comenio y Bacon, Guillermo de Humboldt reformó la educación de Prusia a partir de 1809 y la convirtió en el modelo de avance científico y moral que ha sido una de los más memorables aportes alemanes a la cultura universal. De las Escuelas de Prusia tomaron ejemplo los reformadores de la Escuela en la Francia de Luis Felipe, como el filósofo Victor Cousin y el historiador François Guizot.
El analfabetismo y la acción de Horace Mann
Comenio, Pestalozzi, Humboldt y Guizot eran espíritus sensibles y hombres con vocación por el bien público. La dimensión de sus ideales contrasta de un modo impresionante con las realidades de sus tiempos. A comienzos del Siglo XIX, la inmensa mayoría de la humanidad era analfabeta, ignoraba el mecanismo de las cuatro operaciones aritméticas básicas, y carecía casi absolutamente de nociones elementales de historia y geografía. En los países más avanzados apenas un 30 % de la población sabía leer y escribir. Esta situación, intrascendente en la Edad Media, era de extrema gravedad en el mundo que empezaba con la democracia con el nuevo crecimiento moral y con la revolución industrial. Mantener aquellos niveles de ignorancia implicaba ahora favorecer o tolerar la exclusión social. Con un criterio práctico, en Boston nació la idea de fundar una Junta o Consejo independiente del poder político para promover la creación de un sistema escolar eficiente, capaz de educar al conjunto de la población. El cargo de Secretario del nuevo organismo le fue ofrecido a un joven y promisorio político local, que renunció a la política para dedicarse a la educación popular. Me refiero a Horace Mann, el gran prócer de la educación pública norteamericana. A poco de aceptar su designación, Horace Mann emprendió un viaje de estudios por Europa y visitó las escuelas francesas de Guizot, las escuelas prusianas de Humboldt y las escuelas pestalozzianas dispersas por Europa. Con esos ejemplos en su memoria, volvió a Massachussets y organizó un sistema escolar fundado en las mejores bases pedagógicas, pero al cual él dió un empuje y una proyección social inédita. Mann no fue el creador de una escuela modelo aislada, sino de una red de escuelas modelo, capaces de educar a toda la población.
Argentina antes de Sarmiento
Un cuadro de situación similar o aún peor que el de Massachussets era el de la Argentina de comienzos del siglo XIX. Estamos lejos ya, felizmente, del apasionamiento con que se enjuició al Virreinato español en los años de la Independencia. Pero esta distancia actual que nos aleja de aquellas pugnas, nos permite analizar con creciente rigor científico lo sucedido en los tiempos en que estos territorios formaban parte del Imperio ESpañol en América. Desde esta nueva perspectiva, podemos señalar algunos empeños pedagógicos meritorios, como la labor de algunos sacerdotes Jesuitas, de algunos Dominicos, de algún Cabildo, del Obispo San Alberto o del Virrey Vértiz. No obstante, el conjunto de la población se hallaba sumida, hacia 18l0, en una casi completa oscuridad en cuanto a ideas innovadoras, cuestiones científicas y técnicas y aún literarias. Los niveles de analfabetismo, diríamos hoy, no se diferenciaban demasiado de los que caracterizaban al resto del mundo, pero eso mismo implica confirmar que casi no existían en estas tierras esfuerzos exitosos para mejorar la condición del pueblo. Un poco antes de la Revolución de Mayo, Manuel Belgrano lanzó nuevas ideas, inspiradas en el pensamiento educativo y social de Jovellanos. La Revolución hizo suyo ese ideario y Belgrano y Moreno pudieron crear instituciones educativas y culturales afines al ideario del Iluminismo. Tres lustros después, y con mayor vigor, Rivadavia propició la difusión de las escuelas elementales basándose en el método lancasteriano de enseñanza mutua, un sistema ingenioso, de cierta eficiciencia para la alfabetización, y de muy escasa aptitud para la concreción de aspiraciones mayores. El sistema lancasteriano también se había difundido en los Estados Unidos con anterioridad a la acción de Horace Mann, y en Europa, antes del influjo de Pestalozzi. En la Argentina, los esfuerzos de Belgrano, Moreno, y Rivadavia, obviamente entraron en un cono de sombra durante la tiranía de Rosas. Pero la Generación del '37, encabezada por Echeverría, sintió un profundo interés por los temas educativos. El propio Echeverría fue autor de un interesante libro de carácter pedagógico -su "Manual de enseñanza moral", escrito para las Escuelas del Uruguay-. Pero indudablemente la figura sobresaliente en el tema fue Sarmiento. Su vocación por la enseñanza nació tempranamente, como lo registran sus biografías, y ya tenía una larga experiencia y bien formado criterio cuando el Gobierno Chileno resolvió becarlo para que recorriera Europa estudiando los sistemas educativos en vigencia. Sarmiento visitó la Francia de las Escuelas de Guizot, la Suiza de Pestalozzi y la Prusia de Humboldt. Estando en la Inglaterra de Lancaster tomó conocimiento de la obra de Horace Mann en Massachussets y cruzó el Océano para conocer en el propio terreno el más avanzado de los sistemas escolares del mundo. De regreso a Chile, publicó en l849 su libro "De la educación popular", un verdadero tratado magistral, en donde volcó toda su sabiduría en materia de política educacional y toda la información adquirida en su viaje de estudios. En ese libro, Sarmiento no sólo anotó las asignaturas de los planes de estudios y sus cargas horarias; todo un capítulo del libro está dedicado a la arquitectura escolar. Asombra leer hoy ese libro. Resulta casi increíble el conocimiento que poseía Sarmiento acerca de cuestiones tanto generales como de detalle, veinte años antes de llegar a la Presidencia de la República. Y asombra aún más comprobar la gran actualidad de este libro suyo, tan agotado actualmente como recomendable para todos lo que hoy se sientan preocupados por la involución de nuestro país. Lo llamativo del libro, además, es que Sarmiento no se limita al papel de compilador y cronista de las mejores experiencias pedagógicas vistas en el exterior. Sarmiento organiza su material de un modo innovador, le agrega comentarios vigorosos, jerarquiza los temas y vuelca ideas originales y provocativas. Quienes sólo han oído hablar de Sarmiento con respecto a los debates del '80, que enfrentaron a católicos y liberales -o mejor dicho, a clericales y laicistas- se asombrarían de encontrar aquí a un Sarmiento tan ajeno a esas polémicas políticas y en cambio, preocupado hondamente por las cuestiones técnicas, operativas y filosóficas de la educación. Un buen ejemplo de lo que acabo de señalar es lo referente a la arquitectura escolar.
Ideas de Sarmiento
En este aspecto, Sarmiento es completamente innovador. No tenemos un pensamiento arquitectónico en Comenio, en Pestalozzi o en Horace Mann. ¿Cómo nació esta preocupación de nuestro prócer? Es muy seguro que Sarmiento sintió un profundo interés por las publicaciones de Henry Barnard, colega de Horace Mann y Secretario del Consejo de Educación de Connecticut. Barnard publicaba un "Diario Americano de Educación" en muchos tomos, y en ellos incluía planos de edificios escolares como modelos. Pero Sarmiento entendía, valoraba y gustaba de la arquitectura desde mucho antes, desde que en su primer juventud ocupara un puesto en la Oficina Topográfica de San Juan; y es muy evidente, por sus opiniones volcadas en libros y textos periodísticos, que Sarmiento entendía muy bien la utilidad y el servicio que la arquitectura podía prestar para favorecer las actividades humanas. Sarmiento entendía que una Catedral gótica era una herramienta al servicio de la predicación, que una vivienda higiénica era una herramienta de afirmación de la dignidad del hombre, que un hospital bien ventilado y limpio era una herramienta para la mejora de la salud pública. Y como hombre de la Revolución Industrial, pensaba que las máquinas, los equipos y los sistemas novedosos eran herramientas poderosas para el mejoramiento de la calidad de vida. De modo que Sarmiento no tardó en imaginar que la arquitectura podía prestar un servicio muy importante para la causa de la educación. Efectivamente, en su libro de l849, dice Sarmiento que "nuestras escuelas deben ser construidas de manera que su espectáculo obrando diariamente sobre el espíritu de los niños, eduque su gusto, su físico y sus inclinaciones". Esa idea es la que explica el monumental edificio de la Escuela Presidente Roca en la Plaza Lavalle. El edificio no es un palacio suntuoso por vanidad o por despilfarro. Es un edificio importante porque su propósito es importante y porque la arquitectura, de acuerdo a la teoría sarmientina, es una herramienta pedagógica. El edificio transmite valores pedagógicos. Enseña a la comunidad lo importante que es la educación. Y enseña al niño que la sociedad valora en mucho su educación y por ello le ha destinado para ese propósito, uno de sus mejores edificios. Pero Sarmiento no se limita a esta idea y avanza en profundidad sobre los aspectos técnicos de la arquitectura. La Escuela no sólo debe ser eficiente, "no sólo debe reinar en ella el más prolijo y constante aseo, cosa que depende de la atención y solicitud del maestro, sino también tal comodidad para los niños y cierto gusto, y aún lujo de decoración, que habitúe sus sentidos a vivir en medio de esos elementos indispensables para la vida civilizada". Por ello, "deben tenerse presentes en su construcción consideraciones de higiene y de ornato que son de la más alta importancia. El local ha de ser no sólo adecuado para la enseñanza, sino también al desenvolvimiento físico del cuerpo, a los ejercicios gimnásticos, a la buena disposición del ánimo, y a la salud, por la pureza del aire que se respire". Sarmiento recomienda el emplazamiento de las Escuelas frente a un área verde, establece las medidas ideales del aula para que el aire no se vicie durante la hora lectiva, fija la disposición del pizarrón, establece preferencias sobre materiales, describe minuciosamente los sistemas de calefacción recomendables y hasta insiste en la necesidad de que el aula tenga un reloj para que los alumnos aprendan a administrar el tiempo. Todo lo arquitectónico y el equipamiento y mobiliario están puestos al servicio de un ideal pedagógico. Para Sarmiento, la arquitectura escolar es material didáctico, un recurso más para cumplir los fines de la educación, una escenografía pedagógica y un soporte de mensajes destinados a la enseñanza. Tan precisas son las recomendaciones de Sarmiento acerca de la arquitectura escolar, que su libro serviría hoy como una guía o manual para cualquier viajero que quisiera recorrer nuestras viejas escuelas y entender sus porqué. Por ejemplo, podríamos ir a cualquiera de los muchos pueblos de Provincia en cuya plaza central se eleva la Escuela Nº l, tantas veces llamada "Escuela Sarmiento". Allí encontraríamos un edificio importante, con su fachada monumental, sus amplios pasillos y galerías, sus generosos patios cubiertos y abiertos, sus escaleras de mármol con barandas de bronce o de madera, sus espaciosas aulas con ancho pizarrón al frente, puerta lateral y amplios ventanales verticales en el otro lateral, el salón de actos o sala de música y un jardín. Todo ello exactamente como lo imaginó Sarmiento. Y los pupitres de madera, con patas de fundición de hierro, con forma y tamaño adecuados al cuerpo del niño. Y las aulas con piso de madera, para que los pies no se enfríen, y también con friso de madera, para que las paredes sean más aislantes. Esta Escuela puede ser cualquiera de las que han servido para educar generaciones de alumnos y que hoy casi nadie sabe que no eran simples diseños de arquitectos, sino materializaciones en el espacio de un ideal de alto vuelo moral e intelectual : el ideal sarmientino.
Acción sarmientina
Se debe a Sarmiento la fundación de más de 600 escuelas. Buena parte de ellas tuvieron rápidamente un edificio adecuado. La gente suele recordar la frase sarmientina "Educar al Soberano". Pero esa frase nos dá una idea excesiva : pareciera que todo se limita a formar ciudadanos que voten en las elecciones con conciencia cívica. Es cierto que Sarmiento quería elevar el nivel de nuestra cultura política. Pero no sólo eso preocupaba a nuestro prócer. Más que eso de "Educar al Soberano", él repetía machaconamente otra frase: "Casas propias y rentas propias"; con casas propias y rentas propias, los educadores podrían cumplir su misión. Por eso, para Sarmiento, el tema arquitectónico era prioritario. Por eso mismo se empeñó en transformar su propia oficina de Director de Escuelas, en sede de una Escuela; por eso se ilusionó tanto con la Escuela de Catedral al Norte, la primera en Buenos Aires que contó con un edificio hecho especialmente para Escuela. Había que transformar a toda la República en una Escuela, pero no sólo porque las Escuelas son la base de la democracia sino más especialmente porque son las bases de la prosperidad, como en los Estados Unidos. Porque si el conocimiento, para Bacon era poder, para Sarmiento es sinónimo de bienestar.
El Consejo Nacional de Educación
No era Sarmiento el único preocupado por la educación, pero la suya fue una prédica sin igual. Además, entre Sarmiento y sus contemporáneos había diferencias. Mitre, por ejemplo, estaba más preocupado por la formación de una dirigencia idónea y para ello se empeñó en fundar colegios secundarios, como el Colegio Nacional de Buenos Aires, que fue su más memorable creación en este aspecto. Y Juan María Gutiérrez dedicó lo mejor de su madurez a reorganizar la Universidad de Buenos Aires y hacer de ella una Casa de Estudios del mejor nivel, a tono con las grandes universidades del mundo. En cambio, Sarmiento se dedicó, casi en forma excluyente, a la organización escolar, y buen conocedor de las necesidades de la educación, buscó consolidar el sistema a través de aquellas casas propias y rentas propias que tanto le obsesionaban. Para lograrlo, procuró siempre independizar el sistema educativo del Poder Político, para que los vaivenes de la política de los partidos no interfiriera la marcha científica de la educación, y para alejar al maestro de la necesidad de andar ofreciendo sus servicios a cambio de una paga. Los maestros, como los filósofos y los poetas, suelen ser malos comerciantes. Su vocación de servicio los lleva a entregar su trabajo sin negociar su remuneración y así resultan inhábiles para tratar de dinero con sus alumnos, a quienes jamás imaginan como clientes. Por eso, la educación, cuanto más indirectamente sea financiada, tanto mejor para su salud moral. Por eso Sarmiento adhería a la idea de crear Consejos Escolares, con intervención de los padres e independientes del poder político, unos organismos capaces de establecer el nexo entre la sociedad y sus educadores, para que los educadores dispusieran de la tranquilidad intelectual y económica para poder enseñar. La idea de Sarmiento cuajó en aquel país de la Organización Nacional. Eran otros tiempos. El Gobierno daba garantía al Rector de la Universidad de que los sueldos de los profesores serían en oro; en la Argentina una maestra obtenía una remuneración pecuniaria mayor que en los Estados Unidos. El país entendía que la educación era la mejor y más productiva de las inversiones de capital. Las cuentas oficiales no se equilibraban entre un mezquino debe y haber de caja chica, sino entre el caudal de la inversión y el rédito cultural. Cuando en 1880 se federalizó la Ciudad de Buenos Aires para resolver definitivamente la cuestión de la Capital de la Nación, las autoridades debieron crear nuevas Instituciones. Entonces, el Presidente Roca creó el Consejo Nacional de Educación, cuya jurisdicción abarcó inicialmente la Capital y los Territorios Nacionales, y luego extendió su acción hacia las Provincias. Después de un incidental conflicto político, el Consejo tomó el rumbo sarmientino y, bajo las presidencias de Benjamín Zorrilla, José María Gutiérrez , Ponciano Vivanco y José María Ramos Mejía, por ejemplo, desarrolló una acción de una escala y de una calidad que hoy produce verdadero asombro. En l886 el Consejo inauguró, en un sólo día, 40 nuevas escuelas monumentales en Buenos Aires. Ponciano Vivanco creó l500 escuelas a lo largo y a lo ancho del país. Felizmente, el Consejo entendió muy bien e hizo suya la doctrina arquitectónica de Sarmiento, y encargó siempre a los mejores arquitectos el diseño de los edificios destinados a escuelas primarias, aún en los barrios más nuevos y más humildes. En medio del barrial, entre el puñado de casas bajas y pobres, la Escuela Monumental del Consejo Nacional de Educación era todo un manifiesto de la cultura argentina y un mensaje muy intencionado que invitaba a los inmigrantes a radicarse en un país en donde podía enviar a sus hijos a una escuela sana e higiénica, en donde aprendiera a vivir al nivel de la mayor civilización. Por eso se hacían esas aulas luminosas, esos salones de actos que parecían un pequeño Teatro Colón, esos patios en donde la expansión y el juego eran recursos pedagógicos para la educación en la convivencia.
Los debates del '80 y la herencia sarmientina
Los debates de 1880 han quedado tan grabados en la memoria histórica que cada vez que se habla en nuestro país de educación popular reaparece el fantasma del enfrentamiento entre libre pensadores y devotos. Pero esa polémica es histórica y, por más que tenga médula y proyección, no debiera velar la visión acerca de otras cuestiones que, quizás tengan mucho mayor sustancia. Basta con echar una mirada a nuestra realidad actual, para ver cuánto hemos retrocedido con respecto a las ideas sarmientinas: se invierte poco y mal en educación, se administra peor, se privilegian los debates políticos o las guerras de bandos por encima de la ciencia pedagógica, se manipulan los presupuestos, y se destinan a escuelas pésimos edificios, inadecuados, descuidados y carentes de contenido estético y ambiental. No pocos colegios privados, obsesionados por la cuota, ofrecen cursos de inglés o de computación -cuando no deportes o viajes- pero funcionan en edificios mal reciclados, con pasillos laberínticos, aulas mal ventiladas y peor iluminadas, sin patios ni jardines, y ubicados en lugares peligrosos, en donde ni siquiera existe la amplitud en la entrada para que los padres esperen a sus hijos a la salida. Y el Estado, cuando alguna vez se acuerda de las escuelas, suele hacerlo en función de la campaña electoral de algún candidato, construyendo galpones más o menos sólidos pero sin teoría ni esperanza en la educación. Son contadas las excepciones a esta regla. Nuestra arquitectura escolar mantuvo su ideario sarmientino por largas décadas y ese pensamiento, más o menos concientemente, está en el cimiento de lo mejor que se ha hecho en nuestro país en el tema. El Consejo conservó intacta su vitalidad hasta comienzos de la década del '40, en que, como el resto de nuestras Instituciones republicanas se vió avasallado por el empuje totalitario. Las Escuelas de l886 eran grandes palacios monumentales; las escuelas de l899, proyectadas por el Arquitecto Carlos Morra, fueron edificios mucho más funcionales y eficientes; el Instituto Bernasconi, diseñado por Juan Abel Adrián Waldorp, es el mayor monumento imaginable para la educación de la niñez; la Escuela Pedro de Mendoza donada por Quinquela Martín y Roger Balet, es una buena demostración de que los cambios de estilo no tienen porqué afectar las esencias. En los años treinta aún se construían grandes escuelas de ideas sarmientinas. Después de l955, el renacido Consejo Nacional de Educación intentó, en medio del desastre económico heredado, retomar la línea histórica de nuestra educación y de nuestra arquitectura escolar. He tenido la fortuna de haber podido conversar de estos temas con arquitectos como Ernesto Fox o Miguel Cangiano, que en tiempos en que la Profesora Luz Vieyra Méndez -durante la Presidencia de Illia- procuraba recuperar el prestigio de nuestra educación, prestaban su ciencia y su arte al servicio de la arquitectura escolar. Luego volvimos a caer.
Un legado a preservar
Hoy vivimos tiempos en que los niveles de ignorancia han vuelto a ser muy preocupantes; así y todo, no todo está perdido. Pese a las sinrazones que nos dominan, heredamos una teoría valiosa y un buen número de edificios de calidad y jerarquía, que resulta indispensable preservar. Mucho se ha perdido pero aún es mucho lo que se conserva y en un estado que aún hace posible su feliz recuperación. Hacen falta capitales pero, sobre todo, hacen falta ideas: ideas que revaloricen este legado, no por nostalgia hacia un tiempo glorioso pero ya ido, sino por convencimiento de que es deseable continuar en el tiempo la vigencia de unos principios que, cuando se aplicaron, dieron buenos frutos. La educación griega heróica dio por fruto la Atenas de Pericles; la siembra sarmientina dió por fruto el país del Centenario y de los tiempos de Alvear, el país al cual venían millones de inmigrantes y que llegaba a ubicarse en el 5º puesto en el mundo, en reservas de oro.
Utilidad de los edificios heredados
No faltará quien crea que nuestros viejos edificios escolares ya no son aptos para satisfacer las nuevas exigencias pedagógicas. Creo que se trata de un profundo error. En primer lugar, la adaptación de estos edificios es fácil y su costo es menor del que suele imaginarse. En segundo lugar, los edificios con historia tienen un valor agregado que es de gran utilidad para la educación. Es como si el eco del pasado estuviera aún contenido entre sus paredes, transmitiendo mensajes enriquecedores. La tradición es un capital y no un lastre. Una Escuela por cuyas aulas han pasado generaciones anteriores es una escuela poblada de significados.
Pero aquellas escuelas sarmientinas, además, tienen una especial virtud. En ellas el aula es distinta al patio y éste es distinto al salón de actos. Tantas y tan marcadas diferencias no eran casualidades. En el diseño de aquellos edificios, se tomaba como premisa que los ámbitos debían ser adecuados a la actividad que en ellos habría de desarrollarse. De ese modo, un salón de actos tenía las dimensiones, las proporciones, la forma y la decoración adecuadas al recinto para una ceremonia. En tanto, el patio estaba diseñado como el ámbito de la distención. Al producirse estos contrastes tan marcados, se procuraba que el educando aprendiera a ajustar su conducta a cada circunstancia, es decir, que aprendiera a dominar sus instintos y a hacer uso responsable de su libertad. Y que aprendiera a gozar de la libertad, del dominio de sí mismo, de la autonomía de su voluntad. Estos viejos edificios son la antítesis de tantas nuevas construcciones anodinas, en donde la Dirección y el comedor tienen el mismo aspecto, como si todas las conductas posibles se redujeran a una sola, sin matices, sin variaciones, sin ideas.
Escuelas sarmientinas para hoy
Estos son algunos de los valores de aquellos viejos edificios de inspiración sarmientina. Pero esos valores no son patrimonio exclusivo de la arquitectura del pasado. Son valores operativos y funcionales que también pueden ser los que den sustento a diseños nuevos, a construcciones de última generación. El ideario sarmientino tiene plena vigencia y puede muy bien ser el cuerpo teórico de una nueva serie de edificios escolares pensados en términos de arquitectura actual. Y sería lógico hacerlo así. Si en otro tiempo fuimos un país pionero ¿Porqué no recuperar nuestras buenas fuentes de inspiración? Al fin y al cabo, se trata de edificios de máxima importancia para la vida de las personas y de los pueblos. En el último día de clase, la madre del "Corazón" de Edmundo De Amicis, le escribía a su hijo, refiriéndose a su escuela: "Te harás hombre, recorrerás el mundo, verás ciudades inmensas y monumentos maravillosos, y hasta no volverás a acordarte de muchos de estos; pero este modesto edificio blanco, con las persianas cerradas y ese jardincito en donde se abrió la primera flor de tu inteligencia, los verás hasta el último día de tu vida, así como yo veré la casa en que oí tu voz , la primera vez". Esta frase la escribió De Amicis en Italia, de vuelta de su viaje a la Argentina, en donde quedó deslumbrado al ver las escuelas sarmientinas que estaba construyendo el Consejo Nacional de Educación.
¡Hagamos buenas escuelas, para que su imagen alimente toda la vida de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos! ¡Hagamos escuelas sarmientinas!
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